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Dos novelas de ‘no ficción’: una pésima y otra excelente

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"Sólo para gigantes", Gabi Martínez

"Sólo para gigantes", Gabi Martínez

La historia es subyugante: un zoólogo francés de origen valenciano, Jordi Magraner (1958-2002), que se embarca en la búsqueda afiebrada del yeti y termina degollado en el turbulento norte de Pakistán dominado por el influjo talibán.

Las fuentes primarias de la investigación, las mejores: la colaboración de la familia del asesinado, que habla por primera vez abiertamente y aporta al escritor prolija documentación nunca antes revelada.

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) lo tenía casi todo para hacer de su “novela de no ficción” (el entrecomillado es del autor, la cursiva es mía) un libro que, cuando menos, trabajase con la curiosidad y el ansia de horizonte del lector: misterio, aventura, viaje hacia rutas salvajes (se nota tanto la fascinación por Jon Krakauer que a veces linda el plagio emocional), los bellos kalash, el hombre de las nieves, pedofilia, crimen y, least but not less, Osama Bin Laden.

Por desgracia, el libro Sólo para gigantes (Alfaguara, 2011) está tan mal resuelto, es tan torpe, que la lectura es más adusta que la del mucho material que circula por Internet sobre Magraner.

Desde el primer momento a Martínez parecen haberle venido grandes las botas que se calzó para esta escalada. Trastabilla en la forma narrativa (mixta por impulsos caprichosos: ahora vivencial, después novelada, más tarde reportajeada y vuelta a empezar…) y se desploma en la construcción de la trama, en la que concede más importancia a su propia aventura -es un decir, porque se dedicó a viajar como un turista a Pakistán para hablar con cuatro o cinco personas- que a la vida caótica, apasionada y llena de aristas de Magraner.

He leído una entrevista en la cual el autor se jacta de haberse jugado el cuello durante la investigación, al tiempo que menosprecia a Robert Byron o Bruce Chatwin como escritores que intentaron “saber cosas del mundo para contarlas de manera artística”. Acaso en la acusación resida una autoinculpación y Martínez esté señalando la carencia que queda patente en Sólo para gigantes: no tener la capacidad de encontrar el arte que reside en el devenir de todo ser humano.

Jordi Magraner

Jordi Magraner

Además de detallarnos el menú al que le invitan la madre y la hermana de Magraner y resaltar con carácter de ridícula iniciación que llegó a dormir en el cuarto familiar del zoólogo, las aportaciones de Martínez como investigador se limitan a leer e interpretar los diarios y legajos del protagonista, reinventar algunas de sus peripecias en los valles más lejanos del Hindu Kush y hablar cara a cara y sin demasiada intención con media docena de lugareños que conocieron al zoólogo…

El contraste no existe y la pesquisa administrativa se limita a un cruce de correos electrónicos con la Embajada de España en Pakistán.

Sólo para gigantes debería leerse como un manual sobre lo que no debe hacer un periodista: el autor (que es el primero en considerarse cronista de una historia real) no habla, no indaga, no mira, no se deja llevar por la intuición y el olfato, ni, desde luego, contrasta casi nada de lo que nos cuenta.

"Honrarás a tu padre" - Gay Talese

"Honrarás a tu padre" - Gay Talese

Unos días después de terminar esta preciosa historia echada a perder por falta de compromiso, me encuentro -en la misma editorial- con Honrarás a tu padre, de Gay Talese (1932), el gran periodista yanqui al que no le hace falta considerarse literato para escribir como dios manda. Es la historia contada desde dentro -alguien debería recomendarle a Gabi Martínez la posibilidad- del clan mafioso de los Bonanno. Todo aquello que le falta a Sólo para gigantes está en el libro de Talese: valentía, punch narrativo, ritmo, humildad y selección de la palabra correcta.

Dicen que la no ficción (horroroso esperpento para nombrar a lo testimonial, por fuerza subjetivo) la inventó en 1957 el argentino Rodolfo Walsh con Operación Masacre, aunque sea la diez años más joven A sangre fría, de Truman Capote, la señalada por los agregados de cátedra y demás caterva como obra fundacional del subgénero.

Todos mienten.

La no ficción -sea eso lo que sea- la escriben los periodistas desde hace algunos siglos (desde Defoe, por ejemplo). Lo único que se necesita es enamorarse de una historia y saber contarla con la falta de egoísmo y el respeto de quien ama. Amar tanto y hasta tal punto que la pieza pueda datarse sin firma, como procedente de una voz anónima.

Ánxel Grove


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